El 4 de Enero del 2018 llegó nuestro pequeño grupo de trabajo del proyecto Kiribati al aeropuerto también pequeño de Tarawa. Luego de un viaje de 3 días llegábamos por fín.
Mientras la máquina aún se encontraba en el aire, aplastábamos nuestras narices a las ventanillas.
En medio del mar Pacífico sin fronteras, de un color turquesa indescriptible y que desde horas sobrevolábamos se pudo ver de pronto un poco de tierra. En forma redonda se iba ordenando una pequeña formación de archipíelagos provenientes de una caldera que en tiempos remotos perteneció a un volcán. Inimaginable que allí abajo hubiera lugar para aterrizar el avión. Pero sí lo había y aterrizamos con bastante ruido por así decirlo. El calor ardiente atravesó las puertas recien abiertas. Luego de haber cruzado a pie la pista de aterrizaje y de haber llegamos frente a la barra que cumplía el papel de ingreso o no a Kiribati, comenzaron los jóvenes empleados de migraciones a hablar por teléfono. Desde la oficina del presidente se comunicaba: „manden a todos de regreso a Fiji.“ ¿Qué había pasado?